El color de la resiliencia
- LOTOS
- 7 jun 2020
- 5 Min. de lectura
Autora: Laura Barrios
Mi nombre es Dusa, soy de África occidental, y pertenezco al grupo lingüístico yoruba. Soy la séptima de ocho hermanos, quienes han sido llevados a América en unos barcos tan grandes que todo mi pueblo cabría dentro.
Se preguntarán porque si soy una Yoruba, mis hermanos fueron tomados como esclavos, se los explicaré. Por muchos años, mis antepasados eran los que tomaban como prisioneros a otros pueblos y se los vendían a los blancos que venían en esos barcos, pero los tiempos cambian, nuestros guerreros han muerto sin dejar descendencia, las mujeres ya están cansadas de luchar, han cedido y los papeles se han invertido, ahora a nosotros nos toman con esclavos, y ese lamentable destino, será el mío.
En unos días regresará el barco, y siento que estos serán mis últimos días en África, la tierra que me vio nacer. Estoy segura que mis pies no volverán a tocar esta tierra, tan caliente que cuando los blancos vienen sienten que se derriten, estoy convencida que este sol es solo para nosotros, un sol hecho para guerreros, seres que no le temen a nada, aunque pareciera que ahora estamos derrotados, nuestro espíritu de libertad surgirá cuando menos sea esperado y será un nuevo comienzo para nuestro pueblo. Estos días camino más, quiero que cada recuerdo que tengo de mis antepasados quede impregnado en mi corazón, es lo que único que tendré cunado me toque partir, recuerdos, esos jamás los podrán esclavizar.
Hoy como todos los días miro hacia el mar y como ya lo presentía; a lo lejos diviso uno de esos grandes barcos que han navegado por el océano, escucho ruidos de terror de los jovenes que están a mi lado, Maluku agarra mi mano fuertemente al igual que yo sabe que ha llegado el momento de decirle adiós a África, lo único que nos consuela es que nos iremos juntas, le hemos orado a nuestros dioses para que nunca nos separen, no sé cómo lo hace, pero siempre está llena de esperanza, y de ideas tan locas que solo a ella se le pueden ocurrir.
Despierto mareada, todo está oscuro, y escucho voces, pero no puedo entender lo que dicen. Miro rápidamente a mi alrededor en busca de mi otra mitad, Maluku, para mi tranquilidad está al otro lado, me dice que así es mejor, que si los blancos saben que somos amigas nos separan, en cambio sí hacemos como si no nos conociéramos nos puede comprar la misma persona, eso le ha dicho su madre, una mujer que el pueblo desprecia por tener relaciones con un blanco, de ahí fue donde Maluku aprendió su lengua.
Los días en el barco se nos hacen eternos, todo transcurre en una total oscuridad, muchas de las personas que están con nosotras están enfermas, y se dice que algunos han muerto y los tiran al mar, siento terror, no quiero enfermarme, pero es casi imposible, la comida es muy poca, sabe muy feo y hay días que no nos dan ni agua. No sé cuánto más podremos soportar. Hace dos días que no hablo con Maluku, me dice que guardemos fuerzas, pero puedo sentir como tose, entre la ropa que traigo puesta traje una planta medicinal que me dio mi tía, me dijo que solo la usara en caso de emergencia ya que solo alcanza para una ración, pero esto es más que una emergencia, la vida de mi amiga está en riesgo, como puedo saco las hojas que traigo en vuelta en mi ropa y se las hago llegar Maluku, con las pocas fuerzas que le queden logra masticar y tragar. Ahora si estoy más tranquila; en unas horas se empezará a sentir mejor.
Hoy se siente el día más agitado que otros, por lo que Maluku puede entender hoy llegamos al puerto de Cartagena. Horas más tardes estamos en tierra esperando ser vendidas a una de esas familias ricas de blancos. Para mi suerte, a Maluku la ponen a mí lado, nos están vendiendo juntas. Por ser jovenes dicen algo como que somos buenas para las labores de la casa, para cuidar niños, y que tenemos experiencia en la cocina.
Un señor alto, de tez blanca se acerca al encargado y dice que nos quiere comprar, intercambian unas palabras y unas monedas de oro. Luego de eso, uno de sus sirvientes nos muestra el camino que debemos tomar para ir hasta la hacienda junto con ellos, eso sí, nunca podemos ir delante, sino atrás, siempre atrás de los señores.
Han pasado más de cinco años desde que salimos de África, en ese tiempo mis labores en la casa y las de Maluku no han cambiado mucho, nos encargamos de la comida, el aseo y el cuidado de los niños del dueño de la haciendo. No sé porque razón el niño más pequeño de la casa le tiene mucho cariño a Maluku, ya le digo yo que no se encariñe con esos blancos, porque cuando crezca será el quien nos de los azotes cuando según ellos hagamos algo mal. Pero ella es diferente, no puede pensar igual que yo, sus esperanzas de cambiar el mundo le hacen pensar que hay personas buenas, pero peor aún, que hay blancos buenos.
Por las noches otros esclavos, Maluku y yo nos alejamos de la casa y nos escondemos en unos matorrales, solo nosotros sabemos de ese lugar, esas horas que pasamos ahí me olvido que soy una esclava al servicio de unos blancos. Todos cuentan historias de cuando estaban en África, hablan de sus familias, de sus antepasados y les piden a sus dioses que los libre de la mano esclavizadora. Pero esa noche las cosas son diferentes, se siente un ambiente de tensión, hay rumores que los esclavos de otras haciendas se van a fugar, Maluku es una de las primeras en apoyar la iniciativa y dice que ella también se va, eso me da mucho miedo, nunca hemos estado separadas, así que yo también levanto la mano, ella me mira y sonríe hablamos en nuestra lengua materna y nos decimos mutuamente que ahora si seremos felices, aunque estemos lejos de África.
El día de la fuga ha llegado, todo está listo para partir hoy, se refleja felicidad en las caras de los esclavos, hacen sus actividades con más ánimo que nunca, la ansiedad se siente en el ambiente. Maluku, ha estado todo el día inquieta y es que no es para menos, la libertad casi la podíamos tocar con nuestras manos. La noche por fin había llegado, como ya todo estaba planeado salimos uno a uno y nos encontramos en el lugar acordado, para de ahí partir al Palenque, ese lugar que nos devolverá la libertad.
Reflexión:

Soy Laura Barrios, estudiante de antropología de la universidad del Magdalena. Este cuento surge como trabajo final para una de mis clases, en el cual recopilo lo visto en la asignatura. Busco de alguna forma visibilizar las vicisitudes por las que pudo haber pasado un ser humano que fue vendido como esclavo.
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